La paranoia de Stephen Moran.
¿Otra vez tú? Vuelves a por tu copa habitual, ¿no? Yo de ti vendría acompañado alguna vez, a ver si te ocurre como Stephen. ¿Cómo que no conoces a Stephen? Deja que te cuente...
Nombre: Stephen Moran
Edad: 31
Objetos: Maletín y vela
Descripción física: Stephen es un hombre raquítico de un metro setenta de altura, pero que asemeja ser más bajo por su postura encorvada. Tiene una piel pálida por la falta de luz solar, además posee unos ojos marrones y con ojeras tan pronunciadas que parece que le hayan asestado un buen golpe en ambos. Estos ojos están cubiertos por unas gafas de pasta, están rotas por la mitad, unidas por un pegote de esparadrapo que a duras penas se mantiene. Sus 13 dioptrías en cada globo le dan una mirada de personaje de anime. Su pulso es nulo, pese a ser joven, se mueve con la gracia de un octogenario con párkinson, también con la misma velocidad. Tiene una cara fina, con una nariz algo pequeña y rechoncha, su rostro siempre parece triste, es de éstas personas que sonríen al revés, sus prominentes cejas también ayudan a su mirada que da pena. Sus ojos temblorosos delatan su paranoia. En general, tiene un aspecto enfermizo, es como una mezcla entre Rick Moranis y Christian Bale en El maquinista con un pelín del Sr. Burns.
Trasfondo y arco:
Stephen viene de una familia acomodada, no eran multimillonarios, pero vivían en una casa de campo muy poco modesta. Aun siendo el menor de tres hermanos, sus padres no le prestaban atención, solían estar ausentes la mayor parte del tiempo, básicamente fue educado por sus hermanos.
En el instituto era relativamente popular. A Stephen le gustaba tener amigos, cuantos más tuviera al mismo tiempo que más gente supiera lo guay que era, mejor se sentía. Él era un poco más inteligente que la media, pero nada destacable, la única habilidad en la que sobresalía era su don de gentes, por esto mismo la gente creía que era un genio. Sus notables parecían matrículas de honor y sus frases vacías estaban tan bien decoradas que asemejaba ser todo un intelectual. Todo el mundo le tenía como un virtuoso en todo — en todo excepto cualquier cosa relacionada al físico. Stephen tenía demasiadas complicaciones médicas, padecía un asma muy fuerte que le impedía hacer grandes esfuerzos junto a una rara enfermedad que le vuelve muy frágil, la enfermedad de los huesos de cristal. Tampoco era Samuel L. Jackson en El protegido, pero si se tropezaba corriendo probablemente se rompería un brazo junto a una pierna. Stephen era feliz, pero tenía ese sentimiento que le carcomía por dentro, que la gente le viera débil, mejor dicho, creyeran que es menos que ellos. Obviamente, las personas que le conocían le tenían como una persona amable, graciosa e inteligente, esto a Stephen le encantaba. Ellos no le daban importancia a su condición, aunque él no lo veía así, deseaba con todas sus fuerzas poder darle una paliza en el fútbol a sus compañeros.
Con el tiempo logró graduarse de bachiller. Pasó a hacer la carrera de empresariales, la cual atravesó sin pena ni gloria. Se metió en la empresa de su familia, desempeñando un puesto bastante codiciado en esta. Todos sus conocidos lo vieron como todo un logro. Ya en sus 29 años, Stephen estaba bien asentado, tenía ya un piso propio en el que no le faltaba de nada y una rutina con la cual estaba cómodo. Esta rutina se vio alterada un día en el que un misterioso hombre irrumpió en su despacho, Stephen creyó que se trataba de alguna propuesta de un proyecto para la empresa, pero el extraño ente trajeado le presentó algo diferente. Este le ofreció un trato: dotarle de un cuerpo prodigioso a cambio de una simple condición: alimentar una llama todos los días. Este sin dudarlo aceptó, sin creer del todo sus palabras. El hombre le entregó un maletín que contenía dicha llama. Al día siguiente su cuerpo había mutado, parecía que lo había esculpido un Miguel Ángel aun más homosexual de lo habitual. Durante 2 años se volvió un campeón en todos los deportes que practicaba. Su vanidad fue reforzada y su ego aumentado. Él se creía el rey, con el clasismo que acompaña el mandato. Stephen lentamente se fue alejando de todos sus seres queridos para relacionarse con la gente que él consideraba a su altura. Durante esta época, varias de estas personas que él había dejado atrás le otorgaron la oportunidad de volver a estrechar lazos, recordándole en cada uno de estos encuentros que se estaba convirtiendo en una horrible persona, él hizo caso omiso a estás alegaciones, hundiéndose cada vez más en su orgullo.
Un día como cualquier otro, Stephen cometió un error garrafal: se le pasó alimentar el fuego. Un error comprensible, pero de graves consecuencias. Stephen, a la mañana siguiente, se despertó siendo un ser patético y débil, incapaz de valerse por sí mismo. Ahora se había vuelto una persona frágil y solitaria. A partir de este punto, la vida de Stephen se volvió una pesadilla: por más que alimentara la pequeña llama que mantenía ahora en una vela que siempre le acompañaba, esta no crecía. Con el miedo de lo que le podría pasar si está se apagaba se emparanoió con siempre proteger y mantener la llama. Renunció a todo por esto, ya no salía de su casa ni para trabajar, se pasaba todo el día en pijama viendo la vela. En parte, por si la llama se apagaba en su ausencia y en parte por el cómo reaccionaría el resto con su presencia.

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