Recuerdos de una tierra media

Era una noche calmada. Las gotas de lluvia eran el único sonido perceptible. Todos estábamos expectantes. Sabíamos que aparecerían esa noche. Escuché que esas cosas podían oler el miedo y que eran resistentes a la luz solar. Nunca había luchado contra ellos. Nunca había luchado en general. Rohan había apurado a todos los hombres posibles. 

Desde la lejanía se escuchó a los orcos marchar. Respiré hondo y tensé mi arco. Los uruk pararon a unos metros de la muralla y comenzaron a cantar una intimidante haka. De repente, desde mi izquierda, alguien disparó su arco. Un orco cayó al suelo y el canto cesó. Entonces los demás uruk cargaron y enseguida se ordenó una lluvia de flechas. Muchos de ellos empezaron a caer, pero rápidamente llegaron al pie de la muralla con escaleras, las cuales fueron recibidas a punta de espada. Sabíamos que tarde o temprano lograrían subir. 

Mientras, a la lejanía se podía ver a los orcos cubiertos con sus escudos en formación intentando abrirse paso por la otra entrada. Traían un ariete y comenzaron a golpear el portón. Entre el furor de la batalla y la poca visibilidad que otorgaba la lluvia, nadie se dio cuenta de que habían colocado unos explosivos en el desagüe hasta que un gran uruk, con una máscara de hierro corrió con una antorcha en la mano. 

Una explosión atronadora me ensordeció durante unos minutos, grandes trozos de piedra salieron disparados y unos brazos me levantaron por los hombros. Escuché a un compañero gritarme al oído "¡están entrando!" y llevarme prácticamente a rastras para defender la parte inferior. Fue una masacre, no tardaron en ordenar una retirada al fortín. Las espadas rechinaban entre ellas y contra la armadura y estaba aterrorizado. Esos monstruos eran muy altos, imponían, con sus gritos salvajes y su forma de pelear. No tenían ni idea, pero eran tan toscos que no les hacía falta. 

Recuerdo correr como si me fuera la vida en ello hacia el fortín, aunque sabía que la puerta no aguantaría mucho. Nos replegamos junto con los aterrorizados civiles y dieron la orden de buscar muebles para apuntalar la puerta unos momentos más pero tampoco duró tanto. Pronto, los uruk se abrieron paso, sin embargo, teníamos una última carga preparada para ellos. Nuestro futuro era incierto, pero decidimos cargar con todo en una última contraofensiva. 

Justo cuando estábamos luchando por nuestras vidas, aparecieron. Todo estaba a punto de terminar y, como si un deseo se tratase, aparecieron en lo alto de la colina, con la caballería, el resto de los rohirrim. Pero iban acompañados de alguien más, un mago, un mago blanco que cargaba con fervor, liderándolos, al despuntar del alba. Fue majestuoso. El sol cegó a los orcos y los ataques desde ambos frentes terminaron con ellos. Estábamos en paz, de nuevo.




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