El campo de Quidditch en el campo de batalla

Ser un cazador en la guerra de un buscador

Harry Potter ha regresado

Cuando le vimos aparecer detrás de Neville en la Sala de los Menesteres, el mundo paró de girar. Durante meses habíamos estado aguantando, el Ejército de Dumbledore unido contra la tiranía del nuevo y oscuro Hogwarts… Pero nadie podía mantener la llama de la esperanza viva durante tanto tiempo. Muchos miembros habían sido deportados, castigados y hasta torturados, y nuestra causa perdía significado por momentos. Pero la llegada del elegido nos hizo recordar por qué luchábamos, bueno, al menos hasta que abrió la boca. Al parecer buscaba algo, pero no sabía ni el qué ni dónde estaba, y me dieron ganas de darle una bofetada. ¿Para esto habíamos estado aguantando? ¿Para esto habíamos sufrido tanto? ¿Para que el objetivo fuera una búsqueda del tesoro imposible?


Voldemort está de camino

Es lo que nos temíamos, pero también es para lo que habíamos estado entrenando todo este tiempo, para lo que Neville nos había estado entrenando. Al fin nos podríamos enfrentar a la raíz de nuestro sufrimiento, al asqueroso ser que nos mantenía atrapados en su sistema elitista, metafórica y literalmente.
Gracias a una rápida ronda de preguntas, pudimos reducir el radio de la búsqueda de Harry a la torre de Ravenclaw. Luna guió a Harry y los demás nos quedamos allí, esperando de nuevo. Esperar, esperar, esperar… Parecía que eso era todo lo que sabíamos hacer. Te hace sentir tan impotente que tu futuro esté en manos de un chaval de tu misma edad, que si él muere, todo está perdido. Es como si él fuera el protagonista del mundo en el que vives, como ser un espectador en tu propia película. Claro que, nunca sabría si alguien se sentía igual que yo, porque dudar de nuestra única esperanza era, por decirlo de manera suave, suicida.
Hartos de esperar, decidimos salir al pasillo para ver si podíamos ayudar, y fue entonces cuando casi nos atropella uno de los Patronus de la profesora McGonagall. Eso no era bueno.

Snape ha huido

El grito de la profesora McGonagall reverberó en las paredes del gran comedor. “¡Cobarde!” fue lo que gritó al viento, porque Severus Snape ya se había ido, y aquella palabra sonó como otras mil que la mujer calló. No era el momento, tenían que prepararse para la llegada de lo que sería la batalla más terrible de la historia de Hogwarts, y no nos íbamos a quedar mirando. Los alumnos más jóvenes fueron evacuados, pero los que éramos lo suficientemente mayores para luchar decidimos quedarnos. No dejaríamos que nuestra escuela sufriera más, aunque lo más probable fuera que muriéramos en el intento. 

La profesora McGonagall, junto al resto de profesores, comenzaron los preparativos para la guerra. Despertaron a los guerreros de piedra, convocaron hechizos protectores que pocas veces les habíamos escuchado pronunciar y formaron un gran escudo rodeando Hogwarts. Por otra parte, nosotros hicimos una ronda de práctica de hechizos de duelo; no podíamos arriesgarnos a pronunciar mal o hacer un movimiento en falso, había demasiadas vidas en juego. El equipo de Quidditch se subió a sus escobas para protegernos desde el aire y los líderes del Ejército de Dumbledore (Neville y Ginny junto a Cho y Seamus) fueron a hacer guardia al puente de acceso de Hogwarts. Ahora solo faltaba esperar, volver a esperar. Esperar y aguantar con vida el tiempo suficiente para que Harry Potter encontrara los Horrocruxes.

La guerra ha comenzado

El hechizo de Voldemort, seguido de un terrorífico alarido, rompió el escudo en cuestión de segundos. Miré a mi alrededor y mis compañeros tenían un repertorio de reacciones que no pude analizar en tan poco tiempo. Miedo. Impotencia. Desesperación. Pero también determinación. Coraje. Rabia. Nadie estaba feliz, estaba claro, y no nos íbamos a rendir sin una buena pelea. A partir de ahí todo fue demasiado rápido como para recordarlo con claridad. Los mortífagos se aparecían detrás, delante, al lado, en todos lados. Los gigantes consiguieron atravesar el puente del que Neville y los demás escaparon antes de que se derrumbara y ahora estaban aplastando a mis amigos con hachas enormes. Había demasiado ruido, demasiados hechizos siendo lanzados, demasiadas palabras que invocaban nuevos ataques. No podía centrarme en mi propia defensa. El mundo giraba y los jugadores de Quidditch que una vez volaron para jugar, ahora caían derribados por dementores. Los duelos amistosos que hacíamos desde que éramos pequeños ahora eran una batalla de vida o muerte en medio del patio en el que almorzábamos.


Expelliarmus.

Era como si los gigantes se estuvieran multiplicando.

Centa.

Cada vez oía más lejos las voces de mis amigos. ¡Dejadlos en paz!

Contracuro.

Los gritos, los alaridos de dolor y los quejidos de esfuerzo hacían que mis oídos pitaran.

Protego.

No conozco más hechizos. ¿Conozco más hechizos? Estoy sangrando, no veo nada.

Expelliarmus.

Expelliarmus.

¡Expelliarmus!

.
.
.

Voldemort está hablando

Nos mira a los ojos y habla con convicción mientras recobro la conciencia. Al parecer la batalla se tomaba un descanso de la muerte, al parecer el mago más temible de la historia de la magia estaba dispuesto a ofrecernos piedad si le entregábamos al niño de la cicatriz. Dos compañeros me sujetan mientras todos escuchamos al Señor Tenebroso insultar a Harry, diciendo lo cobarde que era por dejar que nosotros muriéramos por él cuando ni siquiera se había dignado en aparecer. Quería usar nuestro dolor contra nosotros, pero sabíamos la verdad; Harry estaba buscando los Horrocruxes para derrotarle. Claro que es frustrante que no luche a nuestro lado, pero empiezo a comprender que su lucha es otra en estos momentos. Nosotros somos los cazadores, los golpeadores, los guardianes de Hogwarts. Harry es nuestro fiel buscador. Harry confía en nosotros en este cruel campo de juego, confía en que ganaremos el tiempo suficiente, en que acumularemos los puntos suficientes mientras él busca lo que necesita para dar el golpe final y ganar el partido. Tenemos que darle tiempo para encontrar la snitch. ¿Es justo? No, por supuesto que no, pero la vida no es justa y es hasta un poco ridícula, al igual que nuestro estúpido deporte. Y aún así siempre le hemos animado a volar detrás de la bola dorada con alas, porque confiamos en sus locas capacidades. Por eso, cuando Neville dice nuestros pensamientos en voz alta “¡Me uniré a ti cuando el Infierno se congele!”, todos sabemos que estamos juntos en esto, que estamos preparados para morir por la causa. 



Lo que no esperábamos es que esta vez fuera Neville el que hiciera una locura. 
Se acercó a Voldemort, arrastrando una pierna, y lentamente se agachó para coger el Sombrero Seleccionador y, dentro, le esperaba su destino: la espada de Gryffindor. Neville era otro de nuestros héroes, uno que, a diferencia de Harry, estaba en el campo con nosotros, esquivando bludgers y entrenándonos para darle a las quaffles y marcar. Eso nos hacía sentir cercanos a él, por mucho que no pudiera derrotar a Voldemort, sabíamos que sus palabras no estaban vacías. 
En cuanto Harry aparece para salvar el día, todos nos retiramos al comedor.


Pausa

Una calma tensa atravesaba el comedor en el que trataban a los heridos y…tapaban a los muertos con mantas. Pasé horas ahí mientras me curaban las heridas y vendaban lo que tardaría más en sanar. No era fácil mirar alrededor sin tener ganas de llorar. Este era uno de los primeros lugares que nos dio la bienvenida a la escuela, en el que comimos banquetes en hipérbole y esperábamos con ansia los resultados de la Copa de las Casas. Claro que siempre ganaba Gryffindor, pero una podía soñar. También era el lugar en el que charlamos mil y una veces mientras esperábamos el correo. Las lechuzas invadían el cielo (sí, cielo, porque la ilusión de un cielo en el techo del gran comedor hacía que nos olvidáramos de que había un techo), volando alrededor de velas y niños para entregarnos las cartas de nuestros padres, familiares, amigos y a veces profesores. Era un momento cotidiano, pero ahora parecía más mágico que cualquier lección de Encantamientos, y daríamos cualquier cosa por vivir el feliz pasado otra vez. Pero no había vuelta atrás.


Harry entró en el comedor y todos nos giramos para mirarle. Culpa. Culpa era lo único que había en los ojos de su madre. Nadie le culpaba, pero estaba claro que él jamás dejaría de culparse a sí mismo. El comedor estaba lleno de cadáveres, y no estaba claro si a Harry le habían impactado con un Petrificus Totalus o si simplemente estaba en shock. Poco después, se fue. ¿Habría encontrado una nueva determinación proveniente de la pérdida? ¿Quizá estaba listo para enfrentarse a Voldemort cara a cara? Aquellas preguntas bailaron en mi cabeza mientras intentaba evitar el siniestro pensamiento que todo el mundo compartía: ¿de verdad tendríamos un final feliz?

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